El pibe mariposa

Y ahí va Franco otra vez, caminando por la calle asfaltada, no por la vereda sino por el costadito, pegadito al cordón cuneta va Franco, y nuevamente la caminata diaria está, como cada día, calurosa y llena de ojos. Y asustado va Franco, paranoico, perseguido por no sabe quién, agacha la cabeza, mira de reojos a la gente que lo cruza y le pasa por los costados, no detiene su marcha, que está hecha de pasos cortos, precisos y rápidos. Y su cabeza está llena de inseguridad y de ideas que le aumentan la ansiedad.

“En todo triangulo rectángulo, el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos”

“Hache a la 2 es igual a la letra A a la 2 más la letra B a la 2. Y de esa fórmula se despejan las otras. En los problemas que van a plantear siempre falta el valor, la medida de uno de los lados, esa es la incógnita, puede ser que falte un cateto, el A o El B o puede ser que sea el valor de la hipotenusa el que falte, en cualquier caso, la formula a aplicar es siempre la misma: el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos.”

Franco visualiza un triángulo rectángulo en su mente, mientras espera que el semáforo correspondiente se ponga en rojo para los autos y otro se ponga en verde para él. Entonces si como decía el problema ese, Al atardecer, un árbol proyecta una sombra de 2,5 metros de longitud. Si la distancia desde la parte más alta del árbol al extremo más alejado de la sombra es de 4 metros, ¿cuál es la altura del árbol?

Entonces la sombra que proyecta el árbol es uno de los lados del triángulo, le pongo que es el cateto A, la distancia de la punta del árbol al punto más alejado de la sombra sería la hipotenusa, le pongo la letra H, y la altura del árbol, esa es la incógnita, o sea, el valor que no conozco, sería el otro cateto, le pongo cateto B. Me quedaría 42 mts = 2,52 mts + B2 .

Su semáforo se pone en verde y cruza, no sin antes mirar atentamente hacia los dos lados de la ruta, confirmando que los autos ya frenaron y que su integridad física está a salvo de cualquier accidente automovilístico. Y es que Franco siempre teme, es temeroso por naturaleza. Y es que Franco es tímido, inseguro y asustadizo. Siempre tiene el corazón alerta y la mirada un poco paranoica.

Está a dos cuadras de la escuela y ya ha repasado en su cabeza, con ayuda de esa voz interior que siempre está hablándole, aconsejándolo y asustándolo, los fundamentos matemáticos del teorema de Pitágoras y los pasos para resolver los problemas a los que hoy se enfrentará en el examen de matemáticas. Y él sabe que sabe, pero está nervioso igual. Cree que aun sabiendo mucho y siendo meticuloso puede de todas maneras equivocarse. Contrariamente sus nervios lo han ayudado antes a estar atento, a no confiarse, su inseguridad es en estos casos, en el caso de los exámenes de matemática, una compañera fiel e incondicional. El estrés generado en los días anteriores al examen lo pone aún más atento, más temeroso, más perfecto.

Cuando llega al aula, visualiza los lugares de atrás y se sienta en uno de los escritorios disponibles, esperando que el profesor ingrese y comience a repartir los exámenes, divididos por supuesto, como otras veces, en tema 1 y tema 2. Franco teme que le toque el tema 2, pues cierto mito que el mismo se inventó le asegura que siempre el tema 2 tiene alguna trampa extra, alguna cosita imprevista, lo que en definitiva lo hace más difícil.

El profesor efectivamente ingresa al aula, da un saludo general y burocrático y luego intenta bajar la tensión con un tono amable y cómplice. —Buenos días chicos ¿cómo andan?... ¿nerviosos? ...nah qué nerviosos, si es una pavada y ustedes ya la tienen re clara con el Pitágoras ese.

Se genera una mezcla de risas falsas, obligadas y también verdaderas, todas seguidas de un murmullo inentendible y cadencioso.

El profesor abre su bolso maletín y se dispone a sacar las benditas fotocopias con los benditas diez consignas o problemas, que al resolverse todas bien, si se diera el caso, sumaran un punto cada una, llegando a los diez puntos, lo que implicará un diez o un excelente, pues a algunos profes les gusta más el ¡¡¡EXCELENTE!!!, en mayúsculas, con birome roja y varios signos de exclamación al principio y al final de la palabra.

Pero el profesor tiene hoy una sorpresa.

—Chicos, saben qué…y si lo hacemos tipo exposición oral y lo vamos resolviendo entre todos. O sea, hacemos así: vamos por lista, planteamos un problema y al que le toque tendrá que resolverlo en el pizarrón, cuando se trabe o no pueda seguir, o si alguno detecta un error, damos la posibilidad de intervenir para salvar ese error y de esa manera lo solucionamos entre todos... ¿qué les parece?  nadie pierde, todos ganan.

Al escuchar esto, Franco siente una especie de revoltijo en el estómago, la garganta y la boca se le secan, el corazón comienza a latir más fuerte, su piel pasa de una palidez a un rosado-rojo intenso y los ojos parecieran que se le van a salir, además de que le comienzan a transpirar las manos y a temblar las piernas. Lo peor reacción se da cuando Franco escucha el “vamos por lista”, pues él sabe mejor que nadie que el primero de la bendita lista es justamente él.

Al resto de los alumnos, sin embargo, la idea les parece genial, ya que brinda la posibilidad a los menos estudiosos a ser ayudados por los más estudiosos, es decir, un examen más flexible, colaborativo y fuera de lo convencional, resulta una ventaja, como dijo el profesor “todos ganan, nadie pierde”. Pero lo cierto es que, si hay un perdedor, uno más que todos, es Franco.

El profesor toma la mentada y monstruosa lista y simplemente dice: Álvarez…para después decir “Franco Álvarez” y luego “Franquito, adelante”.

Franco se levanta lentamente de su escritorio. Franco se siente, al pararse, mucho más rígido de lo normal. A Franco le late no solo su corazón, le late todo el cuerpo. Se podría decir que Franco late completo. Es un todo latiente y no algunas partes latientes. Es un Franco que palpita, que transpira y tiembla. Cuando llega al frente, donde se ubica el pizarrón, se queda de espaldas a la clase unos segundos largos. La incomodidad de sus compañeros y de su profesor se manifiesta en un cese de los murmullos y de las risas seguido de un rotundo silencio que tensa aún más la situación. Y cuando Franco se da vuelta, ya es una mariposa rosada.

Sus alas recién nacidas son frágiles, arrugadas, parecen como mojadas. Son de color rosa suave con finas líneas negras y algún que otro puntito. La cabeza ya no luce como una cabeza humana adolescente, como ninguna cabeza humana en realidad, pues es ahora una cabeza de mariposa. Con dos ojos compuestos, cada uno formado con un gran número de ojos simples, lo que permite una imagen en mosaico de la realidad, detectando con mucha más precisión cualquier mínimo movimiento. En su cabeza de mariposa, ex cabeza humana, ya no hay pelo humano, sino pelo de mariposa, finísimo vello grisáceo, y por supuesto no pueden faltarle los dos palpos o sencillamente antenas como así también una trompita larga en espiral, la espiritrompa, hermosa y funcional.

Y es que, al parecer, Franco acumuló todo el estrés y la tristeza y gritó fuerte, pero para adentro. Sus ojos ahora explotan en lágrimas invisibles y todo su cuerpo tiembla de frio y soledad, porque está solo, más solo que nunca. Y aun peor, está solo, más solo que nunca y encima ya no es Franco, es ahora una hermosa mariposa rosada.

Aparentemente, todo esto es una fuerza que proviene de alguna energía anterior a su condición humana, es una fuerza de insecto volador. Y entonces instintivamente la usa. Comienza a batir sus alas muy rápido, lo que hace, más que balancearlo, sacudirlo de un lado a otro sin levantar vuelo. Pero después, su batir nervioso desacelera, se enlentece y entonces se suspende en el aire de manera suave y armónica.

Y ahí está, demasiado alada y temerosa, con su vuelo zigzagueante, lenta y confusa. Y es que la mariposa en la que se convirtió no es muy distinta al humano que fue. Su cuerpo liviano y aterrado busca las esquinas del aula como refugio, mientras desprende por todo el espacio, fino polvo de escamas coloridas. El salón es ahora un escenario donde un espectáculo fantasioso y surreal se realiza ante los ojos fascinados y ensoñados de adolescentes que por primera vez en mucho tiempo no tienen nada que decir, el silencio es general y contundente. Franco o lo que fue Franco y ahora es mariposa vuela inseguro de esquina a esquina y los chicos mueven sus cabezas de lado a lado, y se mueven también de lado a lado en sentido contrario a Franco o lo que fue Franco.

De pronto alguien lanza una piña, es en realidad un salto y una piña, todo junto para más precisión, salto y piña, piña y salto. Es Rodrigo Quintana, Rodrigo a secas para unos, rodri o loli para algunos. El salto-piña no da en su objetivo, no logra dañar a Franco Mariposa, el insecto-pibe-alado-rosa está ahora fuera de alcance, toca el techo y rebota hacia abajo pero fuera de alcance, sus alas rozan cada tanto el tubo de luz fluorescente y lo hace parpadear. Todo el pequeño alboroto se convierte de pronto en un alboroto más grande, porque ahora todos gritan caóticos y eufóricos, alentados por esa primera iniciativa del salto piña del pibe loli contra el pibe mariposa. De pronto, todos parecen olvidar que ese pibe alado rosa es Franco Álvarez, el chico tímido que apenas habla y que cuando justamente habla tiembla, se pone rojo como tomate y tartamudea bajito.

Todos lo ven ahora como un monstruo, bello, alado y rosado, pero monstruo al fin. Y entonces todo el alumnado, aterrado pero entusiasmado, incrédulo pero decidido a actuar, pasa justamente del estupor a la acción. Algunos arrancan hojas de sus cuadernos o las mismas fotocopias del examen y forman bollos de papel que usan como proyectiles letales, otros con la cartulina enrollada le asestan golpes precisos en sus alitas grandotas, todos son golpes y castigos que para un niño humano serian casi caricias o simples molestias, pero para un niño mariposa implican lesiones graves.

Y entonces Franco mariposa comienza a revolotear en círculos y su ala derecha, ahora herida, a desprender finas escamas por todo el salón. Una especie de lluvia de brillantina rosada que transforma la realidad opaca del ámbito escolar en un mundo nuevo, ahora psicodélico, surrealista y divertido. Divertido para los demás chicos, porque Franco en realidad está aterrado. Su vuelo, que ya era inseguro de por sí, se vuelve peligroso, porque pierde altura y estabilidad y ahora da tumbos, choca con las sillas, con las mesas y en el proceso revolea cuadernos, carpetas, lápices, lapiceras, plasticolas y gomas de borrar. El piso es ahora un desorden de útiles escolares dispersos y bañados de un polvo extraño y rosado de mariposa, de mariposa humana, de mariposa niño, de pibe mariposa tímido, de insecto desorientado, tembloroso y frágil.

La vestimenta escolar, de guardapolvos blancos, enfatiza aún más el rosado evento. Los alumnos ahora son niños rosados, gritones y alborotados.

Y el pibe mariposa no puede más, su mariposear vacilante se rinde, las alas dejan de batir nerviosas y se relajan, se relajan no por un acto voluntario y consciente, se relajan porque ya no pueden más, porque la estresante experiencia deja a Franco exhausto.

El insecto niño va a parar a una esquina del aula, allá en el rincón se cubre su carita con la amplitud de sus dos alas, alas ahora resquebrajadas y descoloridas. Y es entonces cuando una lluvia de útiles cae sobre él y tal vez decir lluvia es suavizar los hechos, porque en realidad no es otra cosa que un fusilamiento. Los proyectiles son sobre todo lápices que lanzados a velocidad y corta distancia van a dar con precisión al cuerpo afligido del pibe mariposa, algunos de estos lápices se le incrustaban como flechas en las alas y otros le golpean en el cuerpecito que ahora derrama un líquido verde fosforescente. Por primera vez se escucha una especie de quejido casi imperceptible, apenas audible, algo así como un grito apagado y suave de grillo, es cuando los chicos por fin se detienen en su agresión.

La mariposa ya no se mueve, al parecer ya no respira, se hace otra vez un silencio de iglesia y casi al segundo suena el timbre para el primer recreo, inmediatamente todos los chicos salen corriendo, gritando y riendo, con una naturalidad intacta y cotidiana, como si fuese otro día más, uno normal, sin pibes mariposa.

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